Tuesday, October 09, 2012

Leyendo a Bukowski y su historia del sin sentido de la existencia, como si predijera lo que iba a suceder, absorta en la belleza de la simplicidad compleja, sentí una mirada y levante la mía. Me encontré con tu figura, esa representación de cuándo lo increíble de a realidad se funde con lo sublime de lo irreal. Tu, ese ente que me llevaría a conocer ese momento cuando el mundo se detuvo. En ese camino al cielo, lleno de curvas, montañas y águilas, te veía por el retrovisor, con curiosidad y deseo, miedo y atracción. Intuyendo, que contigo, íbamos a robarnos el infinito. Entramos a nuestro castillo, en el que habría de sucumbir nuestro ser. Unas huellas nos recibieron, pies enormes de aquellos que buscan ser gigantes en este mundo abstracto, ventanas con forma de panal, esculturas que recuerdan mis sueños, lámparas hechas de estrellas, dioses egipcios protegiendos de nosotros mismos. Solos, besaste mi vientre y tocaste mi cabello, nos recostamos, sentí paz, hablamos de la vida. Esta vida, que por la misma extraña razón que nos encontró en nuestro castillo, en la eternidad, nos hizo seguirnos sin encontrarnos casi a mitad de nuestro andar. Esta vida, que a pesar no tener sentido a veces pareciera que estuvo esperando 29 años por ese momento… Después, viendo hacia el infinito, el viento nos anuncio que era el momento, de parar el tiempo y fundirnos con la eternidad… Ese reconocimiento que al encontrarnos cuerpo con cuerpo podíamos desaparecer, me uní a ti, nos convertimos en uno, nada era y todo era… Tiempo… desde que toque tus labios y te sentí dentro de mi no volvió, no volverá… Aun estoy en mi castillo, recargada en tu regazo, escuchándote, tocándote, oliéndote, sintiéndote, admirándote, amándote… Viviendo muerta y muriendo viva...